Recuerdo muy vívidamente cuando hace unos años, a mi mamá le habían intentado hacer el cuento del tío para robarle, y ella había dicho: Yo sabía que algo malo me iba a pasar. Cuando le pregunté por qué, me respondió que había tenido una fiesta tan linda para sus 80 años, con toda su familia numerosa, con un par de cantantes de tango y el repertorio de Morán, su favorito; que era la primera fiesta que se permitía disfrutar después de la muerte de su esposo, y todo había sido tan maravilloso, que “ella sabía que algo malo le iba a pasar”.
No le pasó nada, gracias a Dios, ya que le pude sacar ese disquete y meterle otro. Ahora, al año, no tengo mejor ocurrencia que regalarle para su cumpleaños el empapelado y la pintura de la casa. Y recuerdo que estaba tan contenta, que miraba su casita y veía que todo estaba tan lindo y pensaba que había un sospechoso que la miraba, ya que al ver que hizo esas mejoras los ladrones se creerían que tiene plata.
Hay como una superstición que dice:”no te rías tanto, porque antes de que llegue la noche, vas a llorar”. ¿Hasta cuándo vamos a seguir con eso? Yo sé que es una creencia popular; a mí me decían “reís un viernes, llorás el domingo”; pero hay que cortar esas pautas.
Sé que estamos llenos de esas pautas mentales, y alcanzo a comprender que una mujer de 80 años que vive sola puede sentir miedo, pero no debo dejar de sugerir que en lugar de potenciarlo y ver noticieros y hablar siempre del mismo tema, trate de alejar el temor que atrae lo temido.
Hace algunos años conocí a una adolescente de 19 años que, desde que empezó a tener relaciones con su novio, me llamaba todos los meses llorando para contarme que creía estar embarazada. La última vez le dije: -Como primera medida, cuidate; pero paralelamente dejate de temerle tanto, porque vos sos candidata a quedar embarazada con el DIU colocado.
¿Me creés si te digo que ese mes quedó embarazada?
Hablamos más de una vez de que el temor atrae lo temido y es mucho más que un dicho popular. Hay todo un tema que aún ignoramos, al menos yo, acerca de magnetismo y energías que atraen su igual, que parece que funciona.
Ahora sí voy a contarte un cuentito. Este cuento dio nombre al libro de Anthony de Mello “El canto del pájaro”. Un alumno se presenta ante el maestro enfurecido, y le dice: -Yo sé que has estado ocultándonos muchos de tus conocimientos; vos sabés mucho más de lo que nos contás y no estoy dispuesto a dejar que sigas engañándome. El maestro lo interrumpió y le dijo: -¿Has oído el canto de ese pájaro mientras me hablabas? Si lo has oído, entenderás que no he podido ocultarte nada.
Hemos venido trabajando la observación: la observación de mí mismo, o de los eventos exteriores, o de mi reacción frente a estos eventos. El recuerdo de sí, observar dónde está mi esencia mientras represento mis diferentes roles...
Bien, voy a entregarles hoy herramientas para trabajar con la observación. Recuerdo que había plastificado un papelito que decía “Observa” y lo tenía en el auto, en el volante, donde pudiera verlo ni bien subía. Entonces, antes de ponerlo en marcha, me detenía a observar el árbol, la casa de enfrente y el viejito que estaba sentado en la puerta tomando sol. Observaba los detalles sin juzgar, no pensaba ni asociaba, ni me permitía relacionar la imagen de ese viejo con mi abuelo, ni la puerta de esa casa, parecida a la puerta de la casa de fulanito. Luego de observar sin pensar, ponía el auto en marcha y empezaba mi día provista de todo lo que necesita un observador. Porque parece que así opera el cerebro: si ve que estoy en peligro, mi amigo el cerebro me envía sangre a las piernas para que corra; si la situación es de ataque, me envía sangre a las manos para que pegue; si mi cuerpo lo necesita, me envía el desmayo, o la fiebre... Entonces, cuando el testigo buchón le avisa al cerebro que estoy observando, mi amigo me envía amplitud de criterio, parámetros de comparación, asociación, agudeza de sentidos, memoria, y todo lo que necesito para observar.
En Estados Unidos estudiaron que a quienes tenían problemas en la vista, y trabajaban con la observación, les bajaba lentamente el nivel de miopía; y para la metafísica no es ninguna novedad, porque si necesitar anteojos significa “algo que no quiero ver”, es bien lógico que la visión mejore cuando decido ver y observar.
Otro ejercicio práctico de observación es: hoy no voy a cruzar las piernas, por ejemplo. Al día siguiente, cambio por otra cosa que haga con frecuencia y mecánicamente. A medida que avanzo, voy con trabajos más fuertes. El que más me costó fue: “hoy no puedo decir la palabra YO”. No sólo me costó por la cantidad de veces que se me escapaba, sino que me enojaba saber cuantas veces decía YO. Para colmo, coincidió con la etapa en que observaba mi ego y todo lo que mi ego demandaba para su molino.
Cuando terminamos con esta práctica pasiva de observación, pasamos a algo más activo, que es: voy a observar hoy qué me pasa frente a todos los eventos exteriores de mi vida. ¡Ojo! Sin hacer nada. Sólo observar qué me pasa frente a la llegada de ese querido amigo, y qué me pasa frente al jefe. Observar qué le pasa a mi cuerpo, cómo se manifiesta, dónde está el escalofrío o la cosquillita en la boca del estómago. Ver cómo el corazón se acelera de verdad frente a algo o a alguien.
Es ahí cuando uno empieza a estar más cerca de uno. Se puede reconocer que el cuerpo es más que esta máquina que uso para vivir. Cuando puedo ver cómo mi cuerpo se expresa, cobra una vida distinta para mí, y empiezo a tenerlo en cuenta y lo cuido un poco más. Y hacer dieta ya no es un castigo que depende de la fuerza de voluntad, sino un acto de amor; y comer un poquito más sano ya no es un esnobismo vegetariano, sino un acto de amor. Después de esa etapa de qué me pasa con esta persona, puede aparecer: “ya no necesito esto para mí, no voy a ver esa película de terror porque ya sé que no me hace bien”; y así, deseamos tratarnos cada vez mejor. Y como dice un amigo: “podemos darnos una buena vida hoy haciendo solamente lo que nos gusta”.
Quiero contarte algo que fui aprendiendo con los años: la percepción del tiempo es una trampa si no estás presente. Vivimos apurados, como si siempre llegáramos tarde… ¿a qué? Hoy te invito a frenar, a soltar la prisa y a habitar el momento. Porque el tiempo no se corre, el que corre sos vos. Y si te detenés… vas a empezar a vivir de verdad.
Hoy te llevo conmigo en mi motorhome a descubrir Montenegro. Empezamos en Bar, una ciudad costera llena de historia, donde entre ruinas, calles antiguas y una taza de teke, entendí que cada rincón tiene algo para contarnos.
En el camino hacia Podgorica, me encontré con una historia de vida que todavía me deja sin palabras. Viajamos por rutas nevadas que parecen sacadas de un cuento, y como si fuera poco, conocí a una montenegrina apasionada por el vínculo entre su país y la Argentina.
Esto es Mundo Freire. Ya sabés… mucho más que un programa de turismo.
Yo sigo aquí para ayudarte. Siempre.
Hasta la próxima,
Silvia 🌷
Si este mensaje resonó contigo, compártelo con alguien que lo necesite.
¡Me encantaría saber cómo te hizo sentir! 😊
Cómo siempre: EXCELENTE!!!
GRACIAS 🙏🏻
confiada y protegida