El discípulo le preguntó al Maestro cuál era el secreto de su serenidad y éste respondió: “Cooperar incondicionalmente con lo inevitable”.
“Cooperar incondicionalmente con lo inevitable”.
No resistirse, digamos.
Esta vez te pido que me permitas hacerle un pequeño homenaje a mi viejo. Así es como a veces ilustro una teoría hablándote de la personalidad de una alumna, con el ánimo de que alguna oyente se identifique, o te hablo del cambio de alguna otra con la intención de estimular, a su vez, el cambio de alguna oyente.
Bueno, así voy a hablarte hoy de un tipo que la tenía muy clara y que, “casualmente”, era mi papá.
Con ese ánimo, mi viejo vivió años en la casa donde nací, que era la más linda del barrio.Una casa de media cuadra con un parque espectacular. Cuando la cosa se dio vuelta, económicamente, y puso en venta esa casa que tanto amaba, todos apostaban que moriría de tristeza. ¿Viste que pasa cuando…?
Nos mudamos a un departamento de tres ambientes, chiquito como una nuez, con la única ventaja de que la terraza tenía una parrilla muy linda y un cuartito para él. Allí lo encontrabas removiendo tierra de una macetita con el mismo entusiasmo con que arreglaba su parque de treinta metros. La mudanza no le hizo ni fu ni fa. Y yo, que no sabía nada de que “el pasado no existe”, que “dejo que la vida fluya”, no lo podía entender. No entendía cómo vivía de esa manera.
Mi viejo tarareaba su canción o silbaba permanentemente. En aquellos tiempos yo estaba acostumbrada a oírlo que era como cuando vivís cerca de las vías del ferrocarril. ¿Viste que te acostumbrás tanto que ya no oís cuando pasa el tren? Hoy, a la distancia, sé que no cantaba él, era como que le cantaba el alma. Quiero decir: él no provocaba el canto ni tarareaba una canción conocida o determinada, era como si el canto o el silbido se escapaban por su boca. A lo que realmente quiero llegar (¡padres, presten atención!) es que yo no sentía estar presente, yo no me daba cuanta que lo estaba observando, yo estaba de joda, mi casa era como un hotel donde comía y dormía, parecía que no le daba bolilla.
Quiero que sepan los padres, que todo lo que recuerdo me quedó grabado a mi pesar, y sin que él se sentara a darme largos sermones. No me enseñó a vivir con palabras, me enseño a vivir viviendo. Yo le oí decir a Facundo Cabral, una vez: “La mejor herencia que le podemos dejar a nuestros hijos es ser felices. Nada como recordar padres felices”. Yo entiendo esto profundamente y por eso se me hincha la vena cuando la vida de un hombre gira sólo en torno a lo económico y el mal humor no le permite jugar con sus hijos. Y por eso le doy con un caño a la mujer que vive quejándose frente a estos enanos que graban, archivan, se forman, se nutren de lo que ven.
Mi viejo silbó cuando ganaba buena plata y silbó cuando no tenía un mango. En la casa grande éramos los únicos que teníamos teléfono – hace muchos años – y toda la cuadra venía a hablar desde mi casa. Cuando nos mudamos no puso teléfono porque no podía pagarlo, y como la cigarra él siguió cantando. Yo trabajé desde los dieciocho años y jamás me pidió colaboración. El tipo se la re bancó, jamás me transfirió los problemas, que los tenía. Yo supongo que debe haber trabajado con el “qué es lo que hay”. Es algo que yo hoy manejo mucho…y se adaptó a las circunstancias. Cuando empecé a estudiar esto, yo sabía que lo había visto en alguna parte; pero creéme que todavía no podía reconocerlo en mi papá. Me resultaba conocido escuchar a dónde me llevaba, a qué apuntaba. Había conocido a alguien así. Y no era consciente de que estaban hablando de mi viejo. Otra materia que mi papá tenía muy clara era la que hoy los Maestro llaman “presencia constante”. Mirá que lindo título. Cuando mi viejo tomaba helado, tomaba helado. Y lo veías disfrutar como un chico. Cuando hacía un asado, hacía un asado, y no se separaba de la parrilla. Quiero decir que vivía plenamente cada cosa a su vez.
Eso es lo que Osho llama ser total en lo que estás haciendo. Hoy es la principal materia que tenés que rendir para recibirte de feliz. Y mi viejo, en aquél tiempo, lo aplicaba y es increíble que hoy lo recuerdo con más detalle que cuando lo tuve enfrente. Yo estudié control mental antes de que él muriera, ya daba clases de gimnasia, pero no estaba tan en este camino. Lo que te cuento de él lo comprendí después de su muerte. Como hablábamos alguna vez, viste que hay distintos niveles de entendimiento… Vos podés reconocer una palabra y creer que entendés. Después podés entender su significado primario y, tal vez, logres vivir alguna vez el sentido más profundo.
Recuerdo que cuando recién me casé, yo veía mucho más a mi mamá que a mi papá porque él trabajaba; iba de visita y caía en un horario donde mi viejo no estaba. Tenía mucho mas diálogo con mi mamá y a él le dejaba algunas notitas sobre la mesa recordándole lo mucho que lo quería y pidiéndole que llevara algún paquete a algún lado, ¿viste?, lo tenía de changarín, que barnizara algún marco, que me arreglara un reloj, porque se daba maña para todo. Después de cada mangazo, la despedida de siempre en esas notas era “Ni se te ocurra morir, mirá que te necesito”. Me parece que era el mejor halago para él, porque era un tipo que le gustaba sentirse útil. Un día esas notitas empezaron a parecerme un poco pobres y recuerdo que le escribí una larga carta pidiéndole que me hablara de sus miedos, qué sé yo, a la vejez, a la muerte. Quería que me contara cuáles habían sido sus sueños, una carta con bastante olor a tango. Hoy, que sé de proyección, entiendo que yo estaba hablando de mis propios miedos y mis propios rollos.
Bueno, la cosa es que él respondió a mi larga carta con una corta esquela que bien podría traducirse con la expresión “¿qué?, ¿de qué?, ¿qué dice?, ¿qué le pasa a esta piba?” Mi viejo ni sabía de lo que estaba hablando, y que con setenta años me contestó:
A la vejez no le temo porque todavía me falta…
A la muerte no le temo porque no la conozco,
Y no puedo nombrarte mis sueños
Porque cada día aparece uno nuevo
Y me olvido de los viejos.
Dejáte de joder y dormí tranquila que yo soy muy feliz.
Hoy me pregunto si a mi viejo le estaba tirando letra a Osho, Louis Hay y Anthony de Mello. Todo lo que aprendí después, en tanto libro, estaba en esa carta. Estaba en mi casa. Viste esa canción de folclore que dice:”Estaba donde nací lo que buscaba por ahí”.
El recuerdo de sus consejos.
Este es el ejemplo que me dejó mi viejo a quien estoy profundamente agradecida.
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📅 Este newsletter, que a mí me gusta llamar el diario de los domingos, está pensado para nutrirte y recordarte que la vida es AHORA.
Vivila, disfrutala, y después contame cómo te fue. 😘✨
¡Acordate! Cambiar es una decisión que podés tomar hoy. 😉 Y antes de terminar te regalo mi ultimo episodio del podcast.
¡Nos leemos la próxima! 🧡
Con cariño,
Silvia 🌷
Qué sabio tu viejo. Por eso vos también estuviste en la búsqueda y lo lograste. Y además ahora sos tan generosa de difundir esa sabiduría apoyándote en grandes maestros. Pero el primero y principal fue sin dudas tu viejo y su ejemplo de vida.